Ayer hablé con mi vecino, el que tiene por costumbre pegarle 7 veces por día a su esposa. Lo critiqué y para que no se ofendiera mucho, vagamente condené sus acciones. Pero lo más importante es que llegué a un acuerdo con él de que ahora la golpeará sólo 5 veces por día, y los días de fiesta le pegará sólo 3 veces y sin dejarle moretones visibles.
Creo que soy un héroe local. He obtenido un gran logro y me merezco el aplauso de todos ustedes. ¿No?… a ver, a ver, no escucho el batir de las palmas, ni los vivas a mi persona… y por las caras que me parece estarles viendo mientras leen estas líneas, creo que no me lloverán las felicitaciones ni me llegarán regalos de cumpleaños. En estos momentos soy para ustedes casi tan detestable como mi degenerado vecino.
Me imagino que, incluso, algunos de ustedes ya estén averiguando mi dirección para ir a ver a mi vecino con la policía o «partirle su mandarina en gajos» (una expresión muy mexicana a la que cada uno puede darle el significado que entienda, y acertará). Y a mí me mentarán a la buena progenitora de mis días por vanagloriarme de algo que no es ni éxito, ni victoria, ni justo.
Y estarían haciendo lo correcto. Lo que mi vecino hace es malo, muy malo y no se trata de que reduzca su ración de golpes y moretones a su cónyuge, sino que pare de hacerlo, e incluso que pague por lo que ha venido haciendo. Y lo que yo hice es realmente despreciable.
Entonces, si no nos conformamos con tal historia «familiar» de mi inventado e imaginario vecinao, ¿Por qué carambas nos conformamos a diario con mil historias sociales equivalentes donde los malos siguen haciendo lo malo, quizás tantito menos, o menos ostentosamente, y los políticos siguen reclamando falsas victorias?:
* Los ricos siguen sin pagar su cuota justa de impuestos, aunque ahora quizás paguen un poquito más (hasta que sus contadores y abogados le encuentren la fisura a la nueva ley).
* El Planeta está muriendo, pero damos vivas y hurras cuando le recetamos par de aspirinas y quizás 3 días de reposo.
* Los precios de los alimentos y bienes o servicios básicos siguen inflados por mezquinas corporaciones que cada vez son más ricas y los salarios siguen siendo una porquería sin equivalencia con la inflación. Pero unos centavitos menos por allá y unos centavitos por hora más por aquí, nos hacen irnos de fiesta.
* Los precios de los medicamentos y los tratamientos médicos o dentales siguen siendo prohibitivos, indecentes e impagables, pero nos conformamos con que 30 o 40 de ellos bajen un poco en los próximos 10 años.
* El Gran Dinero sigue infectando con su suciedad y podredumbre las elecciones y las decisiones en política. Por eso bailamos son, cumbia y merengue cuando alguno de los nuestros, sin mucho capital, se hace de un puestecito aquí o allá, que no decide nada, pero nos hace creer que «ahora sí estamos bien representados».
Y podría poner 100, 500 ejemplos más y el mensaje seguiría siendo el del gran Julio Iglesias: LA VIDA SIGUE IGUAL, sólo que el vecino infame que nos golpea 500 veces al día, ahora nos va a golpear 425 y en los días de fiesta luego de pegarnos nos regalará una cervecita fría, para que «aliviemos las penas«.
Si no nos conformamos con mi historia ficticia del inicio, ¿por qué sí con estas otras historias cotidianas de la VIDA REAL? ¿Por qué nos sentimos felices con «las reformas cosméticas» y nos dejamos criminalizar cuando reclamamos lo que ellos llaman «reformas radicales«?
Claro que hay que alegrarse de las pequeñas victorias y disfrutar los pasos de avance, pero ¿Por qué nos adaptamos a vivir en un país donde siempre tenemos que escoger entre «el menor de dos males» y alegrarnos porque nos golpeen tantito menos o simplemente cubran con guantes de seda su dura mano de hierro?
Somos la mayoría. Si nos unimos, podemos cambiar eso.