¿Está muerto el sueño americano?
Que sea necesario formular la pregunta ya de hecho indica la existencia de un problema. Y los estadounidenses ciertamente están haciendo la pregunta. Desde aproximadamente 2008 más o menos. ¿Está muerto el sueño americano? Cada vez más, al consultar sus biografías más inmediatas, al examinar los restos de dos colapsos económicos, un bloqueo, dos guerras eternas, una inflación vertiginosa, etcétera, etcétera… los estadounidenses responden que sí, el sueño americano está muerto.
Incluso, parece ser que «el nuevo sueño americano» es irse de Estados Unidos: en los últimos años, se han registrado cifras récord de estadounidenses que se van a vivir a Canadá, Portugal, Costa Rica, y otros países, e incluso cifras récord de mexicanos y sudamericanos retornando a sus países.
¿Qué es, o que era el sueño americano? Aunque está vagamente definida, la noción general del sueño americano es ampliamente aceptada en el país y en el extranjero. Durante generaciones, esa noción vagamente definida y generalmente aceptada del sueño americano fue lo suficientemente poderosa como para impulsar oleada tras oleada de inmigrantes a abandonar su patria y emprender el viaje a Estados Unidos, con el entendimiento de que si estaban dispuestos a trabajar, ayudarían a sus hijos a avanzar y lograrían formar parte de la clase media.
El sueño americano no era sólo para los inmigrantes. Los ciudadanos nacidos en Estados Unidos crecieron con el mismo entendimiento: si estaban dispuestos a trabajar, obtendrían seguridad financiera como miembros de la clase media.
Pero entrar en la clase media era sólo el piso del sueño americano. ¿El techo? El techo no existía. La clase alta y más allá era accesible. Y el acceso se basaba supuestamente en el mérito. Ve a la universidad, ve a la facultad de derecho, ve a la facultad de medicina. Inicia una empresa. Vende más que tus competidores. Si eres el mejor o logras estar entre o cerca de los mejores, serías recompensado en consecuencia.
Pero hoy, el piso del sueño americano –una garantía de la clase media– y el techo infinito del sueño americano –un ascenso sin límites basado en el mérito– parecen cosa del pasado. Nostalgia distorsionada. Algo tan distante que tal vez nunca existió.
Te ahorraremos los números concretos. Ya sabes cómo son los números. Una clase media vaciada. Salarios estancados a pesar del aumento de la productividad. Precios de matrícula disparados a pesar de una menor rentabilidad final. Asombrosa deuda estudiantil. Escasez de viviendas asequibles. No es nada bonito ahí fuera. La brecha entre ricos y pobres se está ampliando, hasta tal punto que podría decirse que la economía se ha convertido en una oligarquía, con un puñado de multimillonarios tecnológicos controlando más riqueza que las masas del país.
¿Y las masas de la nación? Dedicar tiempo a trabajar de lunes a viernes (o incluso tener 2 y 3 trabajos) ya no garantiza el acceso a la clase media. Los trabajadores dispuestos y capaces están luchando por ganar salarios dignos. Para comprar casas. Para pagar sus facturas médicas. Para ahorrar para la jubilación. Para enviar a sus hijos a la universidad. Las masas de la nación viven de deudas de tarjetas de crédito, de la automedicación y de promesas incumplidas, a la sombra del sueño americano, en un clima que genera radicalismo.
El sueño americano ha abandonado no sólo a las masas, sino también a lo superlativo. No al por mayor. Pero en gran parte. Asistir a la universidad no significa que vayas a conseguir un trabajo significativo, o incluso que te permita mantenerte. Asistir a la facultad de derecho no significa que podrás comprar una casa o incluso vivir en un vecindario decente.
Antes, los jóvenes estadounidenses llegaban a los 18 años y se iban del hogar paterno en busca de independencia y de probarse a sí mismos. Hoy, se gradúan del instituto y la Universidad y se ven obligados a vivir con los padres pues no pueden darse el lujo de pagar una renta y mucho menos comprarse una casa. Su prioridad es pagar su enorme deuda estudiantil para que los que ya son ricos sean aún más, y más, y más ricos. No es de extrañar que el famoso «sueño» haya sido sustituido por «la pesadilla americana» y que el nivel de frustración, depresión y suicidios haya ascendido hasta los cielos.
Cada vez más, la percepción es que el movimiento social ascendente no se basa en absoluto en el mérito, sino que las oportunidades están reservadas sólo para los que ya son ricos. Lo cual es esencialmente lo contrario del sueño americano.
De hecho, el sueño americano, tal como alguna vez se entendió, ya no parece existir, lo cual es un trago especialmente amargo para los millennials y los estadounidenses de la Generación Z que crecieron viendo a la generación de sus padres ganarse la vida en proporción a su ética de trabajo y nivel de talento.