Los líderes demócratas, incluyendo al Presidente Biden, no acaban de entender que mientras sigan em ulando muchas de las prácticas de los republicanos, mientras sigan adoptando enfoques «moderados» ante las cuestiones esenciales que afectan a la gente, jamás serán percibidos como el Partido de los Trabajadores, de los «de abajo».
En el 2021 la actual Administración y la mayoría demócrata del Congreso demostró una excepcional carencia de liderazgo, no habiendo logrado casi nada, por temor a eliminar la regla del obstrucionismo en el Senado y por no querer molestar demasiado a sus poderosos donantes en ambas Cámaras y el Gabinete. Ahora es el momento de reflexionar sobre las consecuencias sociale s de los fracasos de liderazgo.
Para muchos de nosotros, los doce meses de este año, se sintieron como una década de cierres, aperturas, encierros, mandatos, toques de queda, acaparamiento y devastación.
En un año, en el que millones de personas lo perdieron todo, se nos recuerda que el propósito del liderazgo va más allá de decirle a la gente qué hacer. Se nos impulsó a considerar cómo el gobierno que no ama a las personas que supervisa es vulnerable a la tiranía y al fracaso.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el pensamiento dominante en la ciencia política era que todos estábamos atrapados en una batalla por las ideas, que la ideología era lo más importante para debatir y que todo emanaría de eso.
El comunismo contra el capitalismo era la cuestión, sin importar la violencia que los defensores de ambas ideologías infligieron en todo el mundo en nombre de la ideología.
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Los gobiernos capitalistas asesinaron a líderes comunistas en países pobres y financiaron guerras en la sombra ignorando los vacíos de liderazgo que crearon, mientras que los gobiernos comunistas patrocinaron conflictos interminables mientras descontaban su costo humano.
Desde el llamado Tercer Mundo, vimos como cada bando llegaba exactamente al mismo extremo que el otro, a menudo en nuestros países, pero tratamos de asegurarnos que cuando nos violentaban los nuestros, era por amor y cuando el otro lado lo hizo, fue por codicia y odio.
Solo hubo un compromiso limitado con las afirmaciones morales que hicieron los diversos líderes: lo que importaba era que cantaban el himno ideológico correcto.
2021 nos ha recordado que la gobernanza guiada solo por la ideología sin ninguna preocupación por los resultados morales es una trampa peligrosa y mortal. En todo el mundo, países de diversas tendencias políticas se están burlando de la afirmación de que la ideología puede ser un predictor preciso de cómo se comportará un país en medio de una crisis.
El principal desafío es, por supuesto, la pandemia, que arrivó a su tercer año y causó una conmoción y devastación sin precedentes. En el momento de redactar este informe, se habían notificado 280 millones de casos en todo el mundo y hasta 5,4 millones de muertes, es decir, el equivalente a la destrucción de un país del tamaño de Eslovaquia.
Con la nueva variante, países como Francia y Estados Unidos están reportando su mayor número de casos desde el inicio de la pandemia, a pesar de tener vacunas en abundancia. Al mismo tiempo, existe una ansiedad real en los países a los que se les ha negado el acceso a las vacunas a través de la complicidad de las naciones más ricas del mundo de que esta sea la ola que rompa sus exiguas defensas y el ciclo de encierros y prohibiciones de viaje que han tenido.
Pero no es solo el virus lo que ha revelado la escasez de liderazgo moral en el mundo. La crisis mundial de refugiados y migrantes continúa, con un número cada vez mayor de personas en movimiento en todo el mundo debido a los conflictos, el colapso económico y el cambio climático.
El regreso de los talibanes en Afganistán dejó a cientos de miles de afganos luchando por una salida, la gran mayoría terminando en países vecinos como Pakistán e Irán sin un plan, excepto para evitar las represalias que desde entonces se han promulgado contra aquellos que se considera que han colaborado con la ocupación estadounidense.
En Myanmar, las minorías perseguidas por la junta están llegando a Bangladesh y Tailandia por cientos, mientras que el lento colapso de varias naciones centroamericanas en la incertidumbre política y la violencia de las pandillas continúa enviando caravanas hacia la frontera entre Estados Unidos y México.
El mar Mediterráneo sigue siendo una tumba de agua para miles de personas a las que se les niegan rutas seguras de asilo o migración, mientras que el Canal de la Mancha y la frontera bielorrusa-polaca se han convertido en nuevos frentes donde los países europeos pueden jugar a la política con las vidas de las personas vulnerables. El pueblo uigur todavía languidece en los campos de detención en China y la guerra en Yemen continúa, impulsada por los países del Golfo y combatida con armas fabricadas en Occidente.
2021 también fue el año en que la crisis climática insinuó la magnitud de la devastación que está llamando a nuestras puertas. Las inundaciones se precipitaron y destruyeron pueblos y ciudades en países tan distantes como Alemania, Filipinas, Australia, Indonesia y Brasil. Lluvias sin precedentes en todo el mundo hicieron surgir ríos que habían seguido su curso silenciosamente durante cientos de años y de repente se desbordaron.
En 2021, las temperaturas en el Ártico alcanzaron su punto máximo, mientras que los científicos advirtieron que el glaciar Doomsday de la Antártida amenaza con colapsar en los próximos tres años y podría elevar el nivel del mar en más de medio metro (aproximadamente 20 pulgadas), lo que condenará a ciudades costeras como Nueva York, Mumbai. y Mombasa.
Y, sin embargo, la Conferencia de la ONU sobre el Clima celebrada en Glasgow culminó con una declaración muy «moderada» y una lideresa de la conferencia desconsolada llorando suavemente en el podio como resultado del fracaso.
2021 es una invitación a reconsiderar la ideología como el principio y el fin de medir el desempeño de los gobiernos, invitándonos a juzgarlos por lo que hacen y no solo por lo que dicen. El capitalismo de los Estados Unidos no ha logrado ofrecer una respuesta significativa a la pandemia; ha asegurado la posibilidad de inocular a toda la población, pero no ha logrado establecer un sistema de pruebas que funcione ni retener al personal médico, ya que los médicos y enfermeras abandonan la profesión por falta de apoyo.
Mientras tanto, la pequeña Cuba socialista ha desarrollado su propia vacuna, ha inoculado completamente al 85% de su población y ha mantenido una baja tasa de mortalidad del 0,9% en comparación con el 1,6% de Estados Unidos.
Canadá, a menudo aclamado como un ejemplo de democracia y progreso, ha sido uno de los peores infractores en lo que respecta al acaparamiento de capacidades de inoculación y la adopción de acciones políticas discriminatorias, incluidas prohibiciones racistas contra los países del sur de África por señalar el surgimiento de la nueva cepa.
Rusia se está preparando para una guerra en Ucrania incluso cuando la tasa de mortalidad pandémica en el país ronda el 2,9%.
Por el contrario, el liderazgo de la Primera Ministra Jacinda Adern en Nueva Zelanda continúa estableciendo un nuevo estándar global de cómo debería ser la gobernanza más allá de la retórica y la competencia ideológica: proveer a las personas, mantener líneas abiertas de comunicación entre el gobierno y los gobernados, responder rápidamente a desafíos emergentes.
Todas estas contradicciones y más son una invitación a pensar más allá de la ideología como un marco de referencia simplista. 2021 nos ha recordado que hay un vacío detrás de las narrativas simplistas de «nosotros contra ellos» que actualmente dominan el pensamiento y la práctica políticos.
Estos son enfoques de la política que se centran en la competencia más que en la cooperación, y el nacionalismo patriotero que privilegia la supervivencia política de unos pocos sobre el bienestar colectivo de la mayoría.
En el espíritu de Bell Hooks, cuya muerte prematura le ha robado al mundo a un académico que creó un marco de pensamiento sobre la política y la sociedad arraigado en valores como el amor, 2021 fue el año en que un pequeño virus nos invitó a recordar por qué ingresamos a la sociedad, asegurarnos de que todos estemos mejor y no perseguir triunfos ideológicos vacíos a expensas de los demás.
Los líderes políticos deberían prestar atención a ver si en el 2022 nos va mejor.
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