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Hurgando en Facebook encontré este maravilloso escrito que les comparto de una página que parece agrupar varios autores muy bien informados ubicados en diversos países o quizás sea uno sólo que por los motivos que sea no usa su verdadero nombre, pero es brillante.
Quizás a algunos les duela, como nos duele cada vez que nos destruyen, con verdades irrefutables y hechos históricos, uno de esos mitos que nos siembran desde la niñez temprana, o bien para distraer nuestra atención de lo que realmente importa, o bien para subliminalmente asentar en nuestro subconsciente ciertos valores que sientan muy bien a los poderosos del mundo. Tal vez, ambas.
AQUÍ LES VA:
Me dejan mensajes diciendo que cómo se me ocurre escribir del Dalai Lama de esa forma (se refiere a este artículo), que es un hombre de paz. Pues les dejaré escrito lo que era el régimen de los Lamas en el Tibet.
Tibet antes de la República Popular China
Antes de la llegada de los chinos, la población tibetana se dividía en 9 clases. Los siervos y las mujeres pertenecían a las clases más bajas y eran considerados animales parlantes. Existía mayor desigualdad que en la sociedad europea en la Edad Media y se conocía la rueda, pero estaba prohibida por la religión lamaísta a pesar de que los chinos inventaron la carretilla en el s I aC. (que sólo se utilizó en Europa a partir del s. XIII).
La Teocracia Tibetana prohibió el uso de la rueda porque es uno de los símbolos budistas, la Rueda del Dharma. Había 6.000 monasterios, que eran los centros de poder y de la cultura. Las órdenes monacales constituían latifundios feudales y contaban con enormes palacios, algunos de más de 1,000 salas y 14 pisos. El 70% de las tierras pertenecía a los monasterios y el resto a la nobleza (lamas de rango superior). Sólo 626 personas poseían el 93 % de la tierra, la riqueza nacional, y el 70 % de los yaks.
En contraste la gran mayoría de los monjes venían de los siervos campesinos pobres. Estos muchas veces eran robados a sus familias y los monasterios se convertían para ellos en cárceles que no podían abandonar, y donde además de trabajar para los lamas ricos tenían que soportar toda clase de maltratos y torturas, incluyendo los calabozos monacales y violaciones pederastas.
El monje Tashì-Tsering narró que era práctica común en los monasterios que los niños campesinos sufrieran abusos sexuales, y que él mismo fue víctima de repetidas violaciones cuando niño al poco tiempo de ser llevado al monasterio a los 9 años.
La clase alta la formaban cerca del 2% de la población y el 3% eran sus agentes: capataces, administradores de sus fincas y comandantes de sus ejércitos privados. El 80% eran siervos, el 5 % esclavos y el 10 % eran monjes pobres que trabajaban como peones. Los siervos trabajaban durante 16 o 18 horas al día y estaban obligados a entregar a los dueños el 70 % de la cosecha. Pagaban impuestos por casarse, por el nacimiento de cada hijo, por cada muerte en la familia, por plantar un nuevo árbol, por mantener animales domésticos o de corral, por poseer una maceta con flores, por colocar un cencerro sobre un animal, por cantar, bailar, tocar el tambor y la campana, por ir a prisión y por su liberación.
Incluso los mendigos pagaban impuestos. Los que no podían encontrar trabajo pagaban impuestos por no tenerlo, y si viajaban a otra aldea en busca de trabajo, pagaban un impuesto por derecho de tránsito. Cuando la gente no podía pagar, los monasterios le prestaban el dinero con un interés de entre un 20 y un 50%.
Las deudas eran hereditarias. Los deudores que no podían pagar sus compromisos podían ser esclavizados durante todo el tiempo exigido por el monasterio, algunas veces por el resto de sus vidas.
Ni los siervos ni los esclavos recibían educación ni atención sanitaria. La mortalidad infantil era en 1950 del 43% y la esperanza de vida era de 35 años. La viruela afectaba a una tercera parte de la población y en 1925 exterminó a 7,000 habitantes de Lhasa. La lepra, la tuberculosis, el bocio, el tétanos, la ceguera, las enfermedades venéreas y las úlceras causaban gran mortalidad.
Las postura oficial de los monjes se oponía al uso de antibióticos. Les decían a los siervos que las enfermedades y la muerte se debían a los pecados y que la única manera de prevenir las enfermedades era rezar y pagar dinero a los monjes.
Habían muy pocas escuelas y no existían ni la electricidad, ni las carreteras. El analfabetismo era del 95%. Desde su nacimiento, los siervos pertenecían a un propietario. Su existencia, su muerte y su matrimonio dependían de la voluntad de su propietario. Podían ser vendidos, comprados, transferidos, propuestos como dote, ofrecidos a título de gracia por otros propietarios de siervos, utilizados para apurar deudas o intercambiados por otros siervos.
Frecuentemente, eran insultados y abatidos o debían afrontar incluso castigos de una destacada violencia: por ejemplo, se les arrancaban los ojos, se les cortaba la lengua o las orejas, las manos o los pies, se les arrancaban los tendones, eran ahogados o echados al vacío desde la cima de un acantilado.
Los siervos no podían usar los mismos asientos, palabras ni utensilios que los dueños. Eran castigados con latigazos si tocaban alguna cosa del propietario.
No podían casarse ni salir de una finca sin permiso del amo. Siervos y mujeres eran considerados animales parlantes que no tenían derecho a mirar a la cara a los amos.
En la Capital del Tibet (Lhasa) era legal comprar y vender niños.
Como las enseñanzas budistas prohíben quitar la vida humana, los monjes solucionaron este pequeño inconveniente torturando a los que infringían su ley, y luego «dejándolos a la merced de Dios» en la noche helada para que murieran.
Heinrich Harrer cuenta lo siguiente: «Se me refirió el ejemplo de un hombre que había robado una lámpara dorada en un templo de Kyirong… Se le cortaron las manos en público y su cuerpo mutilado, pero aún vivo fue envuelto en una piel de de yak mojada. Cuando dejo de sangrar se le tiró por un precipicio«.
La situación de la mujer era peor. La palabra «mujer» («kimen» en tibetano) significa «nacida inferior«. Los lamas les impedían levantar los ojos más allá de la rodilla de un hombre, y le imponían el voto de silencio y lealtad por vida. A las adúlteras se les cortaba la nariz. Era común quemar a las mujeres por ser «brujas«, a menudo porque practicaban los rituales de la religión bon (antigua religión que las tribus tibetanas practicaban antes de que llegara el Lamaísmo).
Peor aún si cabe era el caso de los esclavos domésticos. Sus descendientes nacían como esclavos y seguían siéndolo toda la vida.
Heinrich Harrer describe una escena dantesca tras una procesión religiosa: «Los monjes desconfían de cualquier cosa que pueda poner en peligro su dominación… cualquiera que ponga en cuestión su poder es castigado». «Los monjes descargaron a ciegas sus bastones sobre la muchedumbre… vertieron recipientes de pez hirviente sobre la gente que aullaba de dolor; aquí uno con la cara quemada, allí otro gimiendo molido a golpes». «Los castigos pueden caer sobre la familia del responsable de un delito incluso bastante leve, véase imaginario».
También en delitos menores como el juego «los monjes son inexorables… más de una vez ha sucedido que alguien muriese tras la flagelación de rigor, la pena habitual». «Había esposas de todos los tamaños, incluyendo pequeñas para niños, e instrumentos para cortar narices y orejas, y quebrar manos. Para arrancar los ojos, había un gorro especial con dos agujeros que era presionado sobre la cabeza de manera que los ojos aparecían a través de los agujeros y podían ser arrancados con más facilidad. Había instrumentos para cortar las rótulas de las rodillas y los talones, o para cortar los tendones de las piernas. Había hierros de marcar, látigos, e implementos especiales para destripar».
Para delitos mayores, como a los responsables de las frecuentes revoluciones militares y guerras civiles que caracterizaban la historia del Tíbet antes de la reanexión en 1947 «se les reventaban los ojos con una espada«. Algunos monasterios tenían sus propias prisiones privadas.
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Puro marketing: rodeado de palabras como amor, generosidad, bondad, humildad, altruismo y compasión…
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Algunas posturas del actual Lama: Budista pero no demasiado.
Aunque el Budismo prohíbe matar y toda forma de violencia, el Dalai Lama ha apoyado con entusiasmo la Guerra de la OTAN contra Yugoslavia (1999).
En abril de 1999 el Dalai Lama junto con Margaret Thatcher, el antiguo Embajador de Beijing, y el Presidente y Director de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) George H. W. Bush, demandaron al Gobierno Británico la liberación de Augusto Pinochet, ex dictador fascista de Chile.
El Dalai Lama también mantenía relaciones cercanas con Miguel Serrano, Jefe del Partido Socialista Nacional de Chile, un defensor de algo llamado «Hitlerismo Esotérico«.
Como el autor Michael Parenti observa en su trabajo, «Friendly Feudalism: The Tíbet Myth» («Feudalismo Amistoso: El Mito Tibetano«): «durante los años ‘50 y ‘60, la CIA activamente respaldó la causa tibetana con armas, entrenamiento militar, dinero, apoyo aéreo y toda clase de ayuda«.
La «Sociedad Americana para una Asia Libre» (con base en EUA, una pantalla de la CIA) publicó la causa de la resistencia tibetana, con el hermano mayor del Dalai Lama, Thubtan Norbu, desempeñando un papel activo en el grupo.
El segundo hermano mayor del Dalai Lama, Gyalo Thondup, estableció una operación de inteligencia con la CIA en 1951, la cual fue actualizada luego como una unidad guerrillera entrenada por la CIA cuyos reclutas se lanzaron en paracaídas de regreso al Tíbet.
Según los documentos desclasificados de la inteligencia de los EUA publicados a fines de la década de 1990: «durante la mayor parte de los ‘60, la CIA proveyó al movimiento tibetano exiliado con u$s 1.7 millones al año para operaciones contra China, incluyendo un subsidio anual de u$s 180.000 para el Dalai Lama«.
Con la ayuda de la CIA el Dalai Lama huyó hasta Dharamsala, India, lugar donde ha vivido hasta la actualidad. Hoy en día sigue recibiendo millones de dólares en apoyo, no directamente de la CIA sino de la NED (National Endowment for Democracy o Fundación Nacional para la Democracia, la misma que tanto ha hecho para derribar al gobierno cubano – Nota de la Redacción)) una organización de pantalla de la CIA fundada por el Congreso de EUA.
La NED ha sido decisiva en cada desestabilización de la «Revolución de Color» apoyada por EUA desde Serbia a Georgia a Ucrania a Myanmar. Sus fondos se usan para apoyar a los medios de oposición y campañas de relaciones públicas globales para popularizar los candidatos favoritos de la oposición.
Allen Weinstein -primer presidente de la NED- comentó al Washington Post: «mucho de lo que nosotros (la NED) hacemos hoy fue hecho encubiertamente por la CIA hace 25 años«.
La «Organización de Independencia Pro-Dalai Lama» más destacada de hoy en día es la «Campaña Internacional para el Tíbet» («ICT«, siglas en inglés), fundada en Washington en 1988.
Desde 1994 el «ICT» ha estado recibiendo fondos del «NED». En el 2005 el «ICT» otorgó su Premio Anual «Light of Truth” a Carl Gershman, fundador del «NED«. Otros ganadores del premio de la «ICT» han incluido a la «Fundación Alemana Friedrich Naumann» y al Líder Checo Vaclav Havel. La junta directiva de la «ICT» está compuesta por antiguos oficiales del Departamento de Estado de EUA, incluyendo a Gare Smith y Julia Taft.
Entre los proyectos relacionados, la «NED» apoya al periódico “Tibet Times» (el cual sale de la base de exilio del Dalai Lama en Dharamsala, India) y financia el «Centro de Multimedia Tíbet» (que aborda la lucha de “la democracia” en el Tíbet), y el «Centro Tibetano para los Derechos Humanos y Democracia«.
Ruego e imploro como el religioso que no soy, que la gente deje las redes sociales y corra a refugiarse en los libros.
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Hasta aquí este gran ensayo de historia que nos muestra y demuestra como el Dalai Lama, como tantos otros mitos, es un producto del marketing neoliberal, diseñado por las élites, promovido por la CIA y distribuido por tantos tontos útiles.
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