Trump ganó en 2016. ¿Podrá volver a ganar en 2024? No se ve de esa manera. Incluso podría estar haciendo campaña desde la cárcel y, en ese caso, todo acabaría para él. Cada día trae nuevas revelaciones. Los escándalos sobre sobornos a estrellas porno, demandas civiles por abuso sexual y nuevos informes de comportamiento brutal deberían ofender a las mujeres blancas que votaron por él.
Las supuestas violaciones de la Ley de Espionaje al retener ilegalmente 11,000 documentos al dejar el cargo y obstruir una investigación oficial sobre el asunto deberían enfurecer a los trabajadores industriales étnicos conocidos por su ostentoso patriotismo. Solicitar sobornos a cambio de indultos al dejar el cargo y otras formas de corrupción desenfrenada en su administración debería molestar a aquellos con valores de pueblo pequeño. Los recortes de impuestos que favorecen al 0,01% más rico, lo que resulta en el mayor aumento de la riqueza en la historia de Estados Unidos, debería indignar a los populistas,
SIN EMBARGO, nada de esto ha ocurrido. La base popular de Trump es sólida como una roca. Aproximadamente dos tercios del Partido Republicano lo quieren como el candidato de su partido, y poco menos de un tercio del electorado en general tiene la intención de votar por él. Los votantes indecisos serán decisivos, pero las encuestas no siempre cuentan la historia.
Bastantes votantes de la corriente principal votaron por Trump pero, sintiéndose culpables o avergonzados, no informaron a los encuestadores. No menos que con otros fascistas, los estadistas engrasaron las ruedas para la victoria de Trump en 2016, y estos republicanos «moderados» siguen temerosos de oponerse a él en cualquier tema de importancia, desde su respaldo a los supremacistas blancos hasta su falsa insistencia en que las elecciones de 2020 fueron robadas, pasando por su apoyo a los sublevados del 6 de enero de 2021.
Si el Partido Demócrata mantendrá la capacidad de sacar a votar a sus aliados de base y a los independientes es la pregunta crucial, que se complica por los mecanismos institucionales que benefician a los republicanos y los medios cuyos índices de audiencia se disparan cuando cubren a Donald Trump.
Los votantes republicanos moderados, especialmente en los suburbios, podrían quedarse en casa para las elecciones de 2024. Pero también puede ocurrir lo contrario. Están preocupados por una economía nerviosa que alimenta la inflación, están escépticos sobre el gasto excesivo para mantener a toda costa la guerra de Ucrania, están angustiados por la política de identidad y listos para luchar contra la “cultura del despertar”.
Además, muchos también albergan una mezcla de ansiedad racista e ira xenófoba contra Black Lives Matter y los cinco millones de inmigrantes que cruzaron la frontera sur desde que el presidente Joe Biden asumió el cargo en 2020.
Como partido que apoya a las élites capitalistas, los republicanos quieren deliberadamente mantener bajo el conteo de votos y, especialmente a nivel local, tienen una microlegislación exitosa que hace que los lugares de votación sean inaccesibles, que transportar a los votantes a ellos más difícil, que proporcionarles baños sea más complicado, y que ofrecer agua a quienes esperan para emitir su voto sea más engorroso.
Redibujar o rezonificar distritos, o lo que se denomina «manipulación electoral o redistritación«, también favorece a los republicanos en 19 estados y a sus candidatos que compiten por más del 40% de los escaños del Congreso. Estos cambios también afectan al Colegio Clectoral, un vestigio antidemocrático de cuando se fundó EE.UU., que puede desempeñar un papel decisivo en las contiendas presidenciales. Baste recordar los tristes casos de Al Gore frente a Bush y Hillary Clinton vs Trump: ganaron el voto popular, pero perdieron debido al obsoleto Colegio Electoral.
Sin embargo, nada de esto explica la ferviente lealtad que sus seguidores le brindan a Trump. El carisma por sí solo también es insuficiente. La personalidad carismática se vuelve carismática sólo en la medida en que, consciente o inconscientemente, representa algo. Trump suele ser retratado como egoísta, sin principios, un charlatán y un ladrón, y lo es.
Sin embargo, la poción del vendedor de aceite de serpiente funciona en su audiencia intoxicada. A través de su púlpito de matones, la manipulación de los medios, las acciones legislativas y la incitación a la violencia, el expresidente reformuló a Estados Unidos a la imagen de sus seguidores y, a los ojos de ellos, volvió a hacer grande a Estados Unidos. Ese fue su logro.
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Trump revitalizó lo que se había convertido en un conservadurismo moribundo cuando el presidente George Bush dejó el cargo en medio de una guerra fallida contra el terrorismo, una depresión económica devastadora y un sentimiento de deriva ideológica y depresión por la elección del presidente Barack Obama. Con la intención de volver a pelear la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865) y rehabilitar la «causa perdida» de la Confederación esclavista, la bilis de Trump estalló como lava hirviendo de un volcán.
Las fuerzas más intolerantes y reaccionarias de Estados Unidos, que aparentemente habían estado confinadas a la política estatal y local, ahora se desbordaron en el escenario nacional, legitimando así la visión cultural de una nación dominada por hombres y mujeres cristianos blancos que son antiseculares, anticientíficos y antisociales. Lo que Trump llama “educación patriótica” les ha enseñado que Estados Unidos es la encarnación de la libertad y la democracia, y no quieren oír nada en contrario. Inspirados por los sueños de una “edad dorada”, cuando la nación les pertenecía, temen que esta les sea arrebatada por los inmigrantes, las personas de color, las feministas y la comunidad LGBTQ.
En lo que a ellos respecta, Trump hizo lo que prometió y ninguna demanda civil, escándalo sexual, acusación, mala prensa, tiempo en la cárcel o “cacería de brujas” pueden cambiar eso. La grandilocuente visión del mundo del expresidente ahora define al Partido Republicano. Todos sus serios rivales por su candidatura presidencial están haciendo campaña en su marco y en su terreno.
Ellos están utilizando sus problemas, su falta de respeto por la verdad, su racismo institucional y su complacencia con las élites. Ellos también piden desregular el mercado, “armamentizar” al estado y rebelarse contra la gran cantidad de avances culturales heredados de la Nueva Izquierda. Los rivales de Trump pueden calificar un poco sus propuestas y moderar su lenguaje, pero su audiencia es su audiencia. Aquellos que rechazan su visión del mundo, mientras que se identifican a regañadientes con ella en lo que se distancian tentativamente de él, ahora rondan el 2%.
A sus partidarios no les importa si Trump es tildado de mentiroso patológico, degenerado, criminal, títere de las élites empresariales o incluso traidor.
El expresidente es el gran favorito para ganar la nominación de su partido. Las elecciones de 2016 probablemente se repetirán cuando la media docena de rivales dentro del partido de Trump dividan el voto anti-Trump, dejándolo así con una pluralidad. El dinero también está llegando a las arcas de Trump de grandes donantes, pero también de simpatizantes cotidianos en contribuciones de $5 y $10.
Su gente no lee el New York Times ni ve CNN , PBS o NBC , y la mayoría ni siquiera se molesta con Fox News., que llega solo a una pequeña minoría de ciudadanos estadounidenses. Privada de educación, desinteresada en los medios establecidos, escéptica de la información, despectiva del estado y con la esperanza de evitar pagar impuestos, la audiencia de Trump vive en una tierra de nadie llena de rumores sobre camarillas supuestamente dirigidas por George Soros, advertencias por Q-Anon sobre el insidioso estado profundo, amenazas a la democracia del Nuevo Orden Mundial y diatribas neonazis sobre el «gran reemplazo» de los blancos por personas de color.
A sus partidarios no les importa si Trump es tildado de mentiroso patológico, degenerado, criminal, títere de las élites empresariales o incluso traidor. Aferrándose a sus armas, estos autodenominados patriotas buscan a tientas ideas e información en una sociedad de la postverdad que se basa en lo que Herbert Marcuse denominó “tolerancia represiva”.
Llamar a un diálogo con esta audiencia es ingenuo (que es algo que Biden, el auto denominado «presidente de toda la nación» quiso hacer la vez pasada y no se sabe si está dispuesto a repetir ahora). Hillary Clinton tenía razón cuando los llamó “deplorables”. Son deplorables por su cinismo, su uso del doble rasero y su falta de buena voluntad.
No es de extrañar que Trump ya haya manifestado su negativa a debatir con oponentes en las primarias. Tiene poco que ganar. Si el expresidente hiciera campaña desde una celda de la cárcel y lamentara otra elección “robada”, podría llamar a protestas violentas y tal vez incluso a otra insurrección. Como tantos otros fascistas, podría entonces presentarse como el único salvador capaz de acabar con el caos que desató su misma tropa.
Trump puede perder la batalla de 2024, pero sus tropas permanecerán, esperando y listas, cuando algún día en el futuro puedan volver a montar las barricadas. Una vez que Trump se convierta en el candidato presidencial del Partido Republicano, pueden suceder eventos que nadie puede predecir de antemano. Lo vimos en 2016, y solo podemos desear fervientemente no volver a verlo.
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Se tomó como base un artículo publicado originalmente por Stephen Eric Bronner en CommonDreams.org
Foto de Portada del artículo original, por Spencer Platt/Getty Images
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