Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, ha sido una figura polémica desde su elección en 2019. Su ascenso político poco convencional y su estilo de gobierno le han valido un seguimiento mundial, primero entre los votantes jóvenes y los entusiastas de la tecnología, luego entre los más diversos tipos de personas. Algunas encuestas sitúan su popularidad en El Salvador en el 87%, otras llegan incluso a un 83%.
Bukele es el presidente más popular de toda la historia de su nación, y le guste a algunos o no, es hoy el presidente más popular de América Latina y quizás del mundo. Aquello por lo que más lo critican las organizaciones de Derechos Humanos, muchas de las llamadas instituciones democráticas y no pocos líderes políticos (su «estado de excepción«, la mano extra dura contra la delincuencia, las pandillas y la corrupción, así como su tratamiento sin hipocresías respecto a la llamada «prensa libre«) es precisamente lo que más la gente APLAUDE y por la que más lo veneran.
Ante esto cabe la pena preguntarse: ¿Tienen la razón las entidades arriba mencionadas o la gente común y corriente?
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¿No será que los pueblos, en Latinoamérica y el mundo está cansada, harta, de los «pactos» y la «manipulación» de políticos que se cuelgan diversas etiquetas; de las supuestas instituciones democráticas que durante más de 200 años y bajo las más disímiles banderas no han podido solucionar ni la mitad de los problemas del ciudadano común; y de las ONGs de derechos humanos que además de criticar y hacer informes no logran nada y tal pareciera que viven de prolongar y mantener, voluntaria o involuntariamente, los mismos males contra los que se pronuncian.
Nayib, que en árabe significa «ángel» y en dialecto egipcio «Dios está aquí» se ha convertido en un mito, en un sueño, en la ESPERANZA de millones, cansados de los crímenes de los delincuentes, apoyados de múltiples maneras por los paladines de la política y los archi corruptos funcionarios gubernamentales de derecha, de izquierda, de arriba y de… no de abajo no, esos nunca están «abajo».
Los pueblos están hartos de eslóganes vacíos, de importar sólo cuando se requieren sus votos, de mentiras que justifican burdamente las desgracias sociales de nuestro continente, del hambre y la miseria, de confiar en gobiernos (de derecha, de izquierda o del mal llamado centro), que al final, por motivos diversos, entran en componendas con el Gran Capital o con las peores lacras de la sociedad.
Los pueblos están hartos de que, bajo el manto de la «libertad de prensa«, los medios principales de casi cada país, responden a los intereses de los poderosos al servicio del imperialismo mundial o local, o a los no menos turbios intereses de políticos de turno que unas veces compiten entre ellos a ver quién es más ineficiente, y otras a ver quien roba más.
Bukele ha arremetido contra todo eso, pero no de mentiritas, no de juego ni de palabra. De verdad y «al duro«. Y además de estar cosechando aplausos, apoyo y devoción, está LOGRANDO RESULTADOS. Por supuesto, que a muchos duele escuchar a decenas o miles de sus ciudadanos decir «Necesitamos un presidente como Bukele«, ignorando o minimizando a sus lideres locales… y todo esto le ha ganado el rechazo, la crítica y la agresión de múltiple sectores de la política, las ONGs, la Iglesia y algunos otros que no se dan cuenta que ir hoy contra Bukele, es IR CONTRA MILLONES y millones de hombres y mujeres.
¿Significa eso que todo lo que está haciendo Bukele es correcto y que tenemos que coincidir con él en todo? NO y mil veces no. ¿Por qué esa fatídica manía de algunos líderes de exigir «lealtad total» o «coincidencia extrema«, y de tanta gente, incluso gente muy buena, de pensar que la única manera de seguir a una persona, a un partido o a un movimiento es «no tener discrepancias en nada«.
Incluso las personas que más queremos, nuestros padres, hijos y cónyuges, gozan con frecuencia de nuestro amor y lealtad infinita, pero no de nuestra total sincronía de pensamiento y acción. Seguramente todos hemos admirado y admiramos a muchos líderes políticos, del presente y del pasado, pero no hemos coincidido ni coincidimos con ellos en todo (ni hace falta), y si somos totalmente sinceros, no tenemos coincidencia absoluta siquiera con los Dioses en que creemos. ¿Por qué juzgar entonces, con diferente rasero, el proyecto de un joven político o de todo un pueblo que, como Tereza Batista, está cansado de guerra?
El querido presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha manifestado que no comparte el enfoque de Bukele y prefiere trabajar con gobiernos progresistas que «respeten los derechos humanos«. Y lo dice dirigiendo un maravilloso y muy rico país del cual millones (y yo) han tenido que emigrar al Norte porque ya no pueden resistir la violencia, la impunidad de la corrupción, el hambre y la carencia tanto de «derechos» como de «izquierdos«.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, ha expresado su preocupación por lo que él y otros llaman «el desprecio de Bukele por las instituciones democráticas» y advirtió que sus acciones podrían socavar la estabilidad regional. Pero no dice Alberto, ni los demás, a qué nos han llevado y en qué nos han sumido esas «instituciones demócráticas» en nuestro continente. Nada es tan imperativo quizás, después de garantizar la seguridad ciudadana, -como está haciendo Nayib Bukele,- como destruir, y en el mejor de los casos transformar radicalmente, esas instituciones llenas hasta la médula de corrupción y de corruptos.
Con Venezuela, baluarte de la revolución bolivariana y la integración latinoamericana, la situación es más compleja aún, debido a los lazos históricos entre el gobierno de esa nación y el FMLN, lo que conllevó a que Bukele apoyase en su momento al «gobierno» fantasma e inconstitucional de Juan Guaidó (algo que ni yo ni nadie que se considere verdaderamente revolucionario puede apoyar) y todo esto devino en la expulsión de ambas embajadas.
Pero recientemente los genízaros neoliberales cazadores de oportunidades, aprovecharon en su obra de funesta propaganda, la reciente disparidad entre Nicolás Maduro construyendo el gigantesco Estadio Monumental Simón Bolívar, -el más moderno quizás de Latinoamerica,- en una Caracas cada vez con más carencias e inseguridades (algo que mis neuronas se niegan a comprender), mientras Bukele, con un increíble respaldo popular, inauguraba la cárcel más tecnológicamente avanzada del continente para contener los desmanes de quienes aterrorizaron por décadas a la población salvadoreña con el apoyo de los gobiernos de turno, incluyendo a ese del FMLN, que siempre nos vendieron como «de izquierda«.
Con Cuba, afortunadamente no hemos oído (o sabido) de ningún encontronazo de Nayib con Díaz-Canel, pero sabemos que aún cuando Bukele ha alabado en diversas ocasiones (ahí están los videos) el socialismo cubano y la figura del más legendario de sus líderes, Fidel Castro, también ha lanzado críticas a la situación actual en Cuba y al liderazgo actual de la Revolución Cubana, algunas con las que muchos y yo no coincidimos, y otras con la que es prácticamente imposible no coincidir. Eso, más las divergencias ya anotadas con Venezuela, ha llevado a una situación tensa entre los Gobiernos de dos pueblos que no sólo son históricamente hermanos, sino que comparten, en muchas formas y temas, un destino compartido.
Y por último, ese hombre por el que tanto luchamos (y seguiremos luchando) desde las modestas trincheras de nuestro periódico, Gustavo Petro, presidente de Colombia, consideró su sagrada misión criticar precisamente lo que los pueblos, y yo, más admiramos de Bukele, provocando la burla y el rechazo de millones, dentro y fuera de Colombia. Sí querido Petro, a la delincuencia hay que combatirla con Universidades, con oportunidades, con la reducción de las desigualdades y la eliminación de la pobreza extrema…, pero para lograr todo eso, además de un gobierno dispuesto y con agallas para hacerlo, se requiere TRANQUILIDAD y SEGURIDAD CIUDADANA, que es lo que Bukele, a diferencia de tantos, no sólo ha entendido, sino que magistralmente ha implementado.
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Yo no sé, ni creo que sea lo que más importa ahora, si Bukele es un hombre de «derecha» o de «izquierda«, si venera más a Jesús que a Marx o viceversa, o si nos seguirá acompañando con fuerza en la lucha larga y difícil contra el gran monstruo neoliberal. Lo que sí sé que es un «hombre de pueblo«, que está sacando a su país de la pobreza y la destrucción, que se ha enfrentado por igual al águila imperial, a los corruptos internos, a las feroces maras y a otros que no intentan entenderle, o no les conviene entenderlo.
Mientras el apoyo a Bukele y su popularidad crecen día tras día, la izquierda Latinoamérica no tiene por qué coincidir con él o lo que está haciendo en su totalidad, pero está obligada a buscar puntos de encuentro, caminos y vías de coincidencia, si no queremos ser rechazados por el más severo de los jueces: el imaginario popular.
Respeto a los líderes que arriba menciono y a muchos otros cuya referencia es imposible en marco tan estrecho. No me alcanza esa cuota de arrogancia que todos llevamos dentro para decirles exactamente lo que tienen que hacer, pero me sobra humildad para pedirles de todo corazón:
¡Por favor, no le regalen a Bukele a la derecha. No les pertenece!
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