Ha muerto una anciana de 96 años y el mundo ha armado un enorme revuelo, como siempre que muere alguien famoso o poderoso. A diario mueren cientos de miles de niños por hambre, desnutrición y enfermedades que pudieran haberse evitado. Y no hay revuelo. A diario mueren miles de niños por balas y bombas fabricadas por canallas que, en su mayoría y durante siglos, han sido apoyados por la familia que con sonrisa casi ingenua y mano de hierra dirigía esa «dulce ancianita» que acaba de fallecer. Y no hay revuelo. Y no pasa nada.
Parece mentira que bien entrados en el siglo XXI, aún tengamos monarquías. En el caso del Reino Unido, una que siendo inmensamente rica, aún le cuesta muchos millones de dolares al contribuyente británico en pensiones, gastos de protección y mantenimiento a una familia parásita, que vive de su «sangre azul» y de vez en cuando hace algunas obras de caridad o manda a sus miembros a uno que otro entrenamiento militar, para lavar las honrillas y continuar sembrando en el pueblo inglés el mito casi enraizado en su ADN de devoción a la Reina (o al Rey, pues ahora ya de nuevo tienen a uno) y les motiva hoy a llorar la partida de su amada monarca.
Luego de 70 años de reinado, se acaba de ir la monarca con más con más años de servicio en Gran Bretaña, la reina Isabel II, quien gobernó a través de 15 primeros ministros comenzando con Winston Churchill y 14 presidentes estadounidenses comenzando con Harry S. Truman.
Su hijo, Carlos, la sucede como rey Carlos III, y su esposa, Camilla Parker Bowles, ahora será conocida cortésmente como la «Reina consorte«. A los 73 años, Chuck es el mayor de su familia en ascender al trono.
The Royal Family:
Una declaración de Su Majestad el Rey:
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A statement from His Majesty The King: pic.twitter.com/AnBiyZCher
— The Royal Family (@RoyalFamily) September 8, 2022
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El Reino Unido entrará ahora en un período de luto de 10 días , comenzando con planes que han estado en vigor desde 2017, conocidos por la frase clave, «Ha Caído el Puente de Londres«.
Los estadounidenses recordarán a La Reina por la pompa, la circunstancia, los enormes gastos siempre presentes y la serie de Netflix, La Corona. A muchos ni siquiera pasará por la mente el hecho de que esa enorme riqueza se construyó sobre la sangre y el sudor de millones de hombres y mujeres, y también niños, explotados y diezmados en las muchas colonias del imperio británico; ni recordarán que durante siglos la Casa Real ha apoyado a no pocos dictadores, tiranos y sátrapas del mundo entero, conspirando contra movimientos de izquierda y líderes progresistas. Después de todo, ¿quién necesita acordarse de esas tonterías?
Tampoco recordarán muchos que su presidente estadounidense favorito, según los expertos reales, puede haber sido Ronald Reagan (el hombre que, antes de Trump, más daño había hecho a los que menos tienen en este país y el mundo), de quien dijo que era » el más encantador «. Recordarán, sin embargo, que era, o pretendía ser, una gran admiradora de los Obama, pues siempre se ve bien ponerse de parte de unos «negritos cultos y bien portados» que llegaron a la Casa Blanca.
También recordarán, y esta vez con beneplácito, que no era fan de Trump, que no puso su carruaje real de oro (otra minucia en un mundo con tanta miseria) a disposición de la Bestia Naranja, que lo recibió usando un broche que le había regalado Obama y que, a un hombre famoso porque jamás ha leído nada que no sean sus estados de cuenta, le regaló una copia de la primera edición de La Segunda Guerra Mundial de Winston Churchill, ganadora del Nobel.
Cuando un ser humano se va al reposo eterno, es tradicional decir «Que Descanse en Paz» y nos sumamos al clamor general por respeto a un pueblo que por las razones que sea, ama su obsoleta monarquía, aunque realmente no creemos que pueda descansar en paz alguien que ha representado, de muchas maneras diferentes, la peor de las esencias de este mundo donde los que tienen más (como los «royalties» del mundo entero) amasan sus fortunas con el sudor, el dolor y la desesperación de los que tienen menos.
Y sí, fue muy bueno que Dios haya «salvado a la Reina» por tantos años. Esperemos que también libre de las balas y las bombas, de la miseria y el hambre, a los niños de Afganistán y de Siria, a los de Yemen y Palestina; a los de Latinoamérica, Asia y África herederos no de coronas y carruajes, sino de siglos de explotación y saqueo; a los niños de Rusia y Ucrania, que pierden a sus padres o mueren ellos mismos por culpa de una guerra provocada y mantenida por los modernos «monarcas» de Wall Street, el Gran Petróleo y el Complejo Militar Industrial; a los niños de Cuba, privados de alimentos y medicinas por culpa de un criminal bloqueo, que MATA y perdura por más de 60 años.
¡Dios salve a la Reina y ahora al Rey! ¡Y también a los desposeídos del mundo! Si puede y no es mucho pedir, invirtiendo el orden de prioridad que hemos visto hasta ahora.