Unidad es, hoy más que nunca, la palabra de orden en nuestra América. Esa América Latina tan dividida entre «izquierdas», «derechas» y «supuestos centros». Esa América nuestra que hoy se expone a una nueva Doctrina Monroe, mucho más malvada, calculada y supresora de la soberanía de nuestros pueblos.
Similar reto respecto a la unidad enfrentamos los latinos que vivimos en Estados Unidos, que nos la pasamos debatiendo etiquetas y lealtades a líderes y doctrinas en vez de asumir el destino compartido que la vida nos ha legado.
Partamos de un punto claro: los que sufrimos, padecemos y luchamos por cualquier causa justa en el mundo estamos DIVIDIDOS, porque así conviene y así lo quieren las ÉLITES. Eso es una constante. En cualquier lugar. Con cualquier causa que tenga como centro el progreso y la justicia social.
Y estamos divididos por NIMIEDADES, por matices ideológicos, políticos y/o psicológicos que nos hacen creer que son muy grandes, que vale la pena que nos peleemos por ellos, cuando en realidad son pequeñeces. Insignificancias relativas que las élites usan para que nos peleemos entre nosotros en vez de pelear contra ellos.
De una vez tenemos que entender que «unidad» no es sinónimo de «unanimidad«, sobre todo de la falsa unanimidad que ideólogos, líderes, teólogos y falsos profetas al servicio del poder nos han vendido por siglos.
Para «los de abajo«, en un plano ESENCIAL (recalco mucho esta frase), lo que más importa no es si creemos en Jesús, Alah, Changó o Zeus; lo que MÁS importa no es si nuestro libro de cabecera es «El Capital de Marx» o «La Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky«.
Lo que de verdad cuenta no es si seguimos a tal o más cual líder o si nos ponemos la etiqueta que más pensamos que nos acomode.
Lo que más importa no es si a la sociedad que queremos le llamamos «socialismo«, «socialismo de mercado«, «capitalismo mejorado«, «socialnetismo» (como ya le estamos llamando otros y yo), «séptima transformación» o como se nos pegue la gana, siempre y cuando tengamos en mente una sociedad más justa, menos desigual, más equitativa y facilitadora del progreso para todos, no para unos pocos elegidos.
Lo que más importa en esta hora de hornos y turbulencias es que estamos jodidos casi por igual y estaremos peor si no nos UNIMOS. Si no creamos un frente COMÚN contra un enemigo COMÚN.
Si no nos despojamos, al menos hasta que GANEMOS de esas ramas importantes, pero no esenciales, que están impidiendo nuestro acceso al poder y abrazamos el tronco de los intereses comunes: sobre todo, de la supervivencia y el progreso en medio del caos imperante y los nuevos grilletes de la oligarquía.
Primero, TENEMOS QUE GANAR, y ya luego, si es que vale la pena, retomaremos diferencias y matices. Hoy tendremos que cantarnos las verdades, pero sobre todo, las que unifiquen nuestro accionar en pos del objetivo común.
Y para ganar hay que entender que en el mundo de hoy, SANGRE ya no va bien con violencia, con lucha armada, con desorden masivo. Sangre ahora rima con PROPÓSITO, con ese que enunciamos como GANAR, y que implica «unidad en la diversidad«, «inteligencia colectiva«, «orden en las estrategias» y «planeación en la acción«.
Ese Frente Común, máxima expresión de la unidad y la hispanidad, no se va a lograr por los líderes, no porque algunos no quieran, sino porque no pueden desprenderse de ideologías y lealtades partidistas. Tú y yo sí podemos. Al menos, temporalmente. Los pueblos sí pueden. Al menos, hasta que ganemos esta gran pelea del siglo contra los demonios de la eternidad.