La Ciudad de México, una de las ciudades más grandes y pobladas del mundo, enfrenta una seria amenaza desde el suelo que se encuentra debajo. La ciudad está construida sobre el lecho de un lago al que se le ha drenado el agua durante siglos, lo que ha provocado que las láminas de arcilla debajo de la ciudad se compriman y se agrieten. El resultado es que la ciudad se hunde a un ritmo de hasta 50 centímetros al año, y esto continuará durante unos 150 años hasta que la arcilla alcance su máxima compactación.
El hundimiento del terreno amenaza la infraestructura y la seguridad hídrica de millones de personas, ya que daña tuberías, carreteras, edificios y monumentos. Algunos de los monumentos más emblemáticos de la ciudad, como la Catedral Metropolitana y el Ángel de la Independencia, se están inclinando y agrietando debido al hundimiento desigual. El sistema de drenaje de la ciudad también se ve afectado, ya que depende de la gravedad para sacar las aguas residuales de la cuenca. A medida que la ciudad se hunde, las tuberías tienen que trabajar más para bombear el agua cuesta arriba, lo que aumenta el riesgo de inundaciones y derrames de aguas residuales.
No hay esperanzas de recuperar la elevación perdida y la capacidad de almacenamiento del acuitardo, que es una capa que restringe el flujo de agua subterránea.
En la parte noreste de la ciudad, un área que permanece en gran medida subdesarrollada y donde las tasas de hundimiento han pasado inadvertidas, los investigadores han descubierto que el terreno se hunde a un ritmo de hasta 50 centímetros al año.
«Incluso si los niveles de agua aumentaran, no hay esperanza de recuperar la gran mayoría de la elevación perdida y la capacidad de almacenamiento perdida del acuitardo«, escriben los autores. Un acuitardo es una región que restringe el flujo de agua subterránea de un acuífero a otro.
«Si se colocan edificios pesados en ese tipo de terreno y se utilizan cimientos poco profundos, el suelo se compacta», dijo a The Guardian en 2004 el ingeniero geotécnico Eddie Bromhead de la Universidad de Kingston en Londres.
“Así que, además de sacar el agua, es por eso que la Ciudad de México es un desastre”.
Los científicos observaron inicialmente el hundimiento de la Ciudad de México a principios del siglo XX, a un ritmo de unos 8 centímetros al año. En 1958, esta tasa había aumentado a 29 centímetros por año, lo que llevó a la decisión de limitar la extracción de agua de los pozos del centro de la ciudad.
Tras esta medida, la tasa de hundimiento disminuyó a menos de 9 centímetros por año. Sin embargo, datos recientes de mayor resolución han revelado una tasa constante de hasta 40 centímetros por año en el centro histórico durante las últimas dos décadas.
La ciudad enfrenta una situación paradójica de tener demasiada agua y muy poca agua al mismo tiempo, ya que sufre inundaciones, sequías y contaminación. La ciudad recibe abundantes lluvias durante la temporada de lluvias, pero la mayor parte se desperdicia cuando se escurre por la superficie pavimentada o se mezcla con las aguas residuales. La ciudad también depende del agua subterránea para más del 70% de su suministro de agua, pero esto es insostenible ya que agota el acuífero y empeora el hundimiento. Además, la calidad del agua es mala debido a la contaminación provocada por las actividades industriales y agrícolas.
Algunas de estas medidas ya están siendo implementadas por varios actores de la ciudad, como Isla Urbana, una empresa social que instala sistemas de recolección de agua de lluvia en hogares de bajos ingresos.
Sin embargo, estas soluciones no son suficientes para abordar la magnitud del problema. La ciudad necesita un plan integral y coordinado que involucre a todos los niveles de gobierno, la sociedad civil, el sector privado y la academia.